domingo, 6 de septiembre de 2009

Reflexión


El sufrimiento y nosotros
Por Rita Morán


El sufrimiento de la humanidad es tan intenso que cada vez existen más cantidad de seres que viven con congoja y tristeza, sometidos a períodos de ansiedad, miedo, penas y emociones que conllevan a la depresión, creyendo profundamente que sus vidas no tienen ningún valor. En ningún momento, se siente que lo importante es conocer y aceptar el valor que nuestras vidas tienen para Dios.

En la antigüedad, se afligían de un modo parecido; Job, padeció en su propia carne la enfermedad y fue victima de la desgracia, creyendo que Dios lo había abandonado. Jacob se deprimió prefiriendo la muerte cuando creyó que su hijo había muerto. El remordimiento por un error grave llevó al rey David a lamentarse todo el tiempo.

Dios permite el sufrimiento y el dolor, pero no lo quiere, algo así como permite el pecado y sin embargo tampoco lo quiere. Jesús, no vino a quitar el sufrimiento de nuestra vida, pero le dio un nuevo sentido: lo convirtió en un puente que nos conduce a un encuentro más profundo con Dios y con los demás. Jesús no nos redimió al hacer milagros, sino cuando respondió: “Si” a la voluntad del Padre ... hasta la muerte.

Si se le puede dar una forma al dolor, sería en una cruz, es decir cuatro puntas que nos enfrentan con nuestras realidades más profundas:
HACIA ARRIBA: nos invita a dar un sí de hijo a lo que Dios permita en nuestra vida.
HACIA LA PROFUNDIDAD: nos llama a dejar lo superficial, las cosas urgentes que a menudo desplazan a las importantes.
HACIA UNO DE LOS COSTADOS: nos impulsa a la maduración de nosotros mismos a través del sufrimiento.
HACIA EL OTRO COSTADO: nos abre a la solidaridad con los demás, porque en la realidad del cuerpo místico de Cristo, nuestro dolor ofrecido por otros (un hijo, un hermano, un amigo, un desconocido...) será para ellos una fuente de bendición.

Hoy más que nunca, debemos pensar en esas realidades con las que nos enfrenta la cruz y como conclusión elegir un propósito que nos ayude a vivir con alegría nuestra enfermedad.
Recordemos siempre, que detrás del sufrimiento se esconde la mano bondadosa de Dios, Él vivifica el corazón de los que estamos deprimidos y agobiados, por esto no debemos lamentar la situación de dolor y tristeza que vivimos, debemos agradecer la atención que nos prestan, y consolar a otro que está pasando por lo mismo que nosotros, y por sobre todo, hablar con otras personas del amor de Dios.



Santa Teresa expresa bellamente en una de sus poesías, la hermosura de la entrega generosa en las manos del Señor:
Dame muerte, dame vida
Dame salud o enfermedad.
Honra o deshonra dame.
Dame guerra o paz crecida
Flaqueza o fuerza cumplida.
Que a todo te digo que si.
Vuestra soy y para vos nací
¿qué mandas hacer de mí?

Que siempre tengamos la gracia de poder acercarnos a nuestro Dios,

aceptando la invitación que Él nos hace de arrojar nuestra carga sobre Él,

siendo el más perfecto de los consuelos y alivio. Amén.