viernes, 27 de febrero de 2009

Reflexión


La Cuaresma

Por Rita Morán


La Cuaresma se inicia con la imposición de la ceniza. En este día el Evangelio nos invita a poner total atención a las cosas de Dios. Vivir durante 40dìas las prácticas de penitencia que nos llevarán a comprender la obra redentora del Salvador. En ella tendremos la oportunidad de reflexionar sobre nuestro andar por la vida, para que en nuestro pensamiento solamente prevalezca la Pasión y Resurrección de Cristo.

Para cada uno de nosotros la Cuaresma debe ser la práctica de una vida más perfecta en unión con los sufrimientos de Cristo. Lo importante es saber que la Iglesia entera se predispone al misterio de la redención, mostrándonos durante la liturgia: la fe de Abraham, la alianza de Dios a través de los 10 mandamientos, su perdón y misericordia, el poder de convertirnos y alcanzar la liberación del pecado abriendo las puertas del cielo.

Dice San Agustín: “Jesucristo fue tentado por el diablo en el desierto. El Cristo total era tentado por el diablo, ya que en Él eras Tú tentado. Cristo, en efecto, tenía de Ti la condición humana para sí mismo, de sí mismo la salvación para Ti. Tenía de Ti la muerte para sí mismo, de sí mismo la ida para Ti. Tenía de Ti ultrajes para sí mismo, de sí mismo honores para Ti. Consiguientemente, tenía pata Ti la tentación para sí mismo, de sí mismo la victoria para Ti."
En la vida siempre existen tentaciones que nos permiten aprender y crecer. La tentación nos lleva a conocernos a nosotros mismos, nuestras debilidades y fortalezas, y poder vencer el mal.

Las prácticas clásicas de la Cuaresma, son la oración, el ayuno y la limosna. El ayuno ha sido siempre una de las prácticas esenciales, tiene que servir para pedir perdón y que nuestro corazón se abra para recibirlo. Acompañado por la oración, van transformando, y convirtiendo, nuestra vida hacia el momento justo y preciso de la Salvación. La apertura y entrega que surge del ayuno junto a la oración, nos conlleva a la gracia de la caridad.

Si logramos vivir bien la Cuaresma, obtendremos además de una auténtica y profunda conversión personal, la preparación para la celebración más grande de un cristiano: la Resurrección del Señor. La conversión debe ser el deseo más ardiente de cada ser, concretándose, entre otras, con obras de misericordia. Las obras se reconocen en espirituales y en corporales, ambas dirigidas al hermano que sufre y necesita.

Este tiempo es fuerte y único, pidamos al Padre que nos guíe para saberlo disfrutar y compartir con nuestra comunidad. Amen