Miércoles de Ceniza - Misa 19hs
Desde la antigüedad el tiempo de Cuaresma es particularmente propicio para el crecimiento en la vida de fe, y se ofrece cada año como una ocasión para retornar al propio corazón y, después de haber entrado en sí mismo, volver –como el hijo pródigo- al Padre, que es aún más pródigo en misericordia. La misma institución de la “sagrada cuarentena” nace de la necesidad de tener un tiempo particular del año en el que preparar los catecúmenos al bautismo, el cual recibían en la Vigilia Pascual, y a la reconciliación de los penitentes, en la mañana del Jueves Santo.
La Cuaresma es, por tanto, un tiempo de preparación y de purificación. La referencia al ejemplo del mismo Señor Jesús, que pasa cuarenta días y cuarenta noches en el desierto antes de comenzar su ministerio público, hace de este tiempo un período privilegiado de empeño en el imitar el ejemplo del Salvador, no sólo en la oración y en el ayuno, sino también en los gestos más simples y cotidianos, tendientes a la caridad y al servicio alegre.
La Iglesia nos introduce en este viaje pidiéndonos de ponernos en fila para inclinar la cabeza y recibir las cenizas, en la celebración litúrgica del miércoles de cenizas, a fin de abrir el corazón a la única realidad que no pasa y que ningún viento puede dispersar: la pródiga misericordia del Padre. El viaje de este tiempo sagrado, que los antiguos padres consideraban como la décima parte de todo el año, es un verdadero éxodo. El austero símbolo de las cenizas, en el que se significa nuestro ser “polvo”, nos recuerda ciertamente que somos polvo, pero polvo llamado a ser criatura nueva, por el amor misericordioso de un Dios que “amó tanto al mundo que entregó a su propio Hijo”.
El deseo de ser interiormente transformados por Cristo y por su gracia no puede en nada y por nada ser separado del deseo fuerte que toda la Iglesia, cual primicia de la humanidad renovada, sea interiormente transformada como esposa de Cristo, como sacramento y primicia de salvación. La Cuaresma es ciertamente un tiempo de penitencia, pero no de tristeza; es un tiempo de renuncia, pero no de andar cabizbajos: es el tiempo de la vigilia de las bodas en el que el gozo es vivido en la forma de una expectación, de una preparación y del embellecimiento interior. Lo dice claramente el Señor en el evangelio del miércoles de cenizas: “Pero tu perfúmate la cabeza y lávate el rostro”.
Dispongamos nuestro corazón para transitar este tiempo propicio, tiempo de salvación, valiéndonos de la oración, de la lectio divina, de la Eucaristía y la Reconciliación, de la práctica de las obras de misericordia y de la aceptación de las contrariedades de cada día, con espíritu fiel y dócil a la voluntad divina y ánimo alegre.
Ofrezcamos todo esto por amor al Amor... origen, camino y meta de todo sentido y razón de ser.
Por José Marcilla OSB
La Cuaresma es, por tanto, un tiempo de preparación y de purificación. La referencia al ejemplo del mismo Señor Jesús, que pasa cuarenta días y cuarenta noches en el desierto antes de comenzar su ministerio público, hace de este tiempo un período privilegiado de empeño en el imitar el ejemplo del Salvador, no sólo en la oración y en el ayuno, sino también en los gestos más simples y cotidianos, tendientes a la caridad y al servicio alegre.
La Iglesia nos introduce en este viaje pidiéndonos de ponernos en fila para inclinar la cabeza y recibir las cenizas, en la celebración litúrgica del miércoles de cenizas, a fin de abrir el corazón a la única realidad que no pasa y que ningún viento puede dispersar: la pródiga misericordia del Padre. El viaje de este tiempo sagrado, que los antiguos padres consideraban como la décima parte de todo el año, es un verdadero éxodo. El austero símbolo de las cenizas, en el que se significa nuestro ser “polvo”, nos recuerda ciertamente que somos polvo, pero polvo llamado a ser criatura nueva, por el amor misericordioso de un Dios que “amó tanto al mundo que entregó a su propio Hijo”.
El deseo de ser interiormente transformados por Cristo y por su gracia no puede en nada y por nada ser separado del deseo fuerte que toda la Iglesia, cual primicia de la humanidad renovada, sea interiormente transformada como esposa de Cristo, como sacramento y primicia de salvación. La Cuaresma es ciertamente un tiempo de penitencia, pero no de tristeza; es un tiempo de renuncia, pero no de andar cabizbajos: es el tiempo de la vigilia de las bodas en el que el gozo es vivido en la forma de una expectación, de una preparación y del embellecimiento interior. Lo dice claramente el Señor en el evangelio del miércoles de cenizas: “Pero tu perfúmate la cabeza y lávate el rostro”.
Dispongamos nuestro corazón para transitar este tiempo propicio, tiempo de salvación, valiéndonos de la oración, de la lectio divina, de la Eucaristía y la Reconciliación, de la práctica de las obras de misericordia y de la aceptación de las contrariedades de cada día, con espíritu fiel y dócil a la voluntad divina y ánimo alegre.
Ofrezcamos todo esto por amor al Amor... origen, camino y meta de todo sentido y razón de ser.