Por: Claudia Tomino de Block
Estoy releyendo el pasaje del evangelio de San Juan, donde se relata la aparición de Jesús a María Magdalena, luego de su resurrección. Una vez más me conmueve. Me conmueve el comprobar la profundidad y la grandeza del Amor de Jesús para ella.
Esta mujer era quizás la más pobre entre sus seguidores. Los apóstoles tenían una familia y un trabajo dignos (eran pescadores, agricultores etc.). María Magdalena con la muerte de Jesús creía haber perdido lo único valioso que tenía en su vida: a su Señor. Su Maestro y Guía que la había rescatado de una vida de pecado y humillación y le había abierto la puerta al mundo del Amor y del Perdón. La había invitado a vivir sus enseñanzas, a cambiar de vida y vivir de otra manera con una dignidad para ella desconocida hasta entonces.
Nos dice el evangelio que junto a la cruz de Jesús estaban los más fieles, su Madre, su tía María de Cleofas, María Magdalena y el apóstol Juan.
Imaginemos el dolor de María Magdalena al ver morir a su Maestro de forma tan injusta. Seguramente sentiría que su vida volvía a perder el sentido nuevamente.
Por eso de mañana muy temprano vuelve al sepulcro para rendir homenaje al Señor y lo reconoce cuando El la llama por su nombre. Acto seguido Jesús le pide que vaya a avisar a sus hermanos que El esta Vivo, a ellos, que estaban reunidos con una mezcla de miedo (a las autoridades judías), rabia y desazón.
¿Vivimos nosotros como si Jesús no hubiera resucitado? ¿Anunciamos como María Magdalena a nuestros hermanos que El esta vivo, o vivimos encerrados en nuestros miedos e inseguridades?
María fue al sepulcro quizás con una llamita de esperanza, dice el evangelio “cuando todavía estaba obscuro”. Para nosotros, cristianos de hoy hace mas de 2000 años que salio el sol, iluminemos con esta luz a nuestros hermanos.
“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia…y yo estaré con ustedes hasta el fin del Mundo“ (Mt.28,20).
Estoy releyendo el pasaje del evangelio de San Juan, donde se relata la aparición de Jesús a María Magdalena, luego de su resurrección. Una vez más me conmueve. Me conmueve el comprobar la profundidad y la grandeza del Amor de Jesús para ella.
Esta mujer era quizás la más pobre entre sus seguidores. Los apóstoles tenían una familia y un trabajo dignos (eran pescadores, agricultores etc.). María Magdalena con la muerte de Jesús creía haber perdido lo único valioso que tenía en su vida: a su Señor. Su Maestro y Guía que la había rescatado de una vida de pecado y humillación y le había abierto la puerta al mundo del Amor y del Perdón. La había invitado a vivir sus enseñanzas, a cambiar de vida y vivir de otra manera con una dignidad para ella desconocida hasta entonces.
Nos dice el evangelio que junto a la cruz de Jesús estaban los más fieles, su Madre, su tía María de Cleofas, María Magdalena y el apóstol Juan.
Imaginemos el dolor de María Magdalena al ver morir a su Maestro de forma tan injusta. Seguramente sentiría que su vida volvía a perder el sentido nuevamente.
Por eso de mañana muy temprano vuelve al sepulcro para rendir homenaje al Señor y lo reconoce cuando El la llama por su nombre. Acto seguido Jesús le pide que vaya a avisar a sus hermanos que El esta Vivo, a ellos, que estaban reunidos con una mezcla de miedo (a las autoridades judías), rabia y desazón.
¿Vivimos nosotros como si Jesús no hubiera resucitado? ¿Anunciamos como María Magdalena a nuestros hermanos que El esta vivo, o vivimos encerrados en nuestros miedos e inseguridades?
María fue al sepulcro quizás con una llamita de esperanza, dice el evangelio “cuando todavía estaba obscuro”. Para nosotros, cristianos de hoy hace mas de 2000 años que salio el sol, iluminemos con esta luz a nuestros hermanos.
“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia…y yo estaré con ustedes hasta el fin del Mundo“ (Mt.28,20).